Las huellas de los indígenas se marcaban en la tierra húmeda y fresca mientras las aguas más caudalosas del mundo les hacían compañía. Era una sinfonía entre el río, los pasos y el bullicio de los animales de la selva. Esa es la imagen de una de las siete maravillas del mundo natural: el Amazonas. Es el bosque tropical más grande del mundo, caracterizado por su biodiversidad, y comparte su río entre Perú, Brasil y Colombia. Pero por el coronavirus, la selva dejó de escuchar los pasos de los indígenas que siempre han recorrido sus caminos. 

 

Al llegar la pandemia, el panorama amazónico cambió. Las tribus que vivían de sus artesanías, de la pesca, del turismo y del comercio entre fronteras, se empezaron a esconder. La selva se sumió en un miedo profundo acompañado de un silencio absoluto, muy parecido al cauce tranquilo que caracteriza al río, y su única salvación fue el conocimiento ancestral que han transmitido de generación en generación.