Con la emergencia sanitaria todo se detuvo. El turismo se apagó, las carreteras se cerraron y parecía que el único sector que trabajaba día y noche era el de la salud. Nadie notó que la tierra no paró. Mientras todos estaban encerrados, las cosechas siguieron como si los mercados estuvieran abiertos, los frutos maduraron y cayeron de las copas de los árboles, pero esta vez no pudieron ser vendidos. 

 

Los campesinos de Cundinamarca y Boyacá han sufrido con el trabajo agricultor durante la pandemia. El trabajo en la tierra se ha devaluado por la falta de demanda. Su sustento económico se vino abajo por el cierre de vías, la cuarentena obligatoria y otros factores externos. Los campesinos tienen la esperanza de recuperar esos números en rojo que les ha dejado la pandemia.